No es descubrir un nuevo continente, ni la pólvora, el decir que el Capital siempre ha buscado y encontrado la manera más propicia a sus intereses de insertar a los y las trabajadoras en el mercado laboral. Es por eso que las diversas formas de contratación o los diversos vínculos de relaciones con lo laboral adquieren perspectivas más concretas cuando se las analiza dentro de un marco general de relaciones y no como entes o realidades aisladas de todo su contexto. Todo esto sigue siendo no decir nada nuevo, pero sí que creemos interesante no perder esta perspectiva y aplicarlo al debate de las becas de formación como manera de contratación pecaría encubierta.
Hubo un tiempo en que las necesidades del mercado laboral quedaban cubiertas con relaciones de contratación que podemos denominar más o menos estables y duraderas. Cuando el mercado laboral era predominantemente industrial y el trabajo constituía algo así como una relación esencial entre él y el ser humano que lo ejercía, la inserción en el mercado laboral se hacía con categorías de aprendizaje, tras lo cual se iba ascendiendo en una escala de categorización según se iba ejerciendo la profesión, adquiriendo experiencia y aprendiendo los rudimentos y destrezas necesarias para la buena realización de la misma. Esta era así tanto en trabajos netamente manuales, como en profesiones denominadas liberales. El acceso a la administración pública, si bien esta no siempre atractiva, se hacía en muchos casos porque alguien desde dentro con conocimiento directo te informaba de las convocatorias y procesos de acceso, aunque siempre formalmente debían ser de publicidad pública. Todo eran relaciones laborales plenas, reguladas en las distintas disposiciones legales al efecto. Y esto era así porque se correspondía con un mercado laboral estable, poco cambiante y en el que el trabajo y la profesión constituían un ser para quien lo ejercía. Uno o una era algo profesionalmente y a eso se dedicaba toda su vida. Las becas, en aquellos tiempos, no eran más que realmente un mecanismo para que los estudiantes de los niveles superiores de formación, que no eran la mayoría de la población, completasen su formación académica. Eran verdaderamente un recurso académico.
Pero llegó un momento en que las necesidades del Capital y, por tanto, la regulación que este ejerce del mercado laboral se modificaron. Una paulatina evolución del mercado laboral de lo manual industrial a lo manual servicios propició nuevas necesidades de inserción en dicho mercado laboral. Eso se tradujo en nuevas relaciones laborales y de contratación. Por un lado, las categorías de aprendiz de los diversos oficios se vieron modificadas por la regulación de partida del sistema educativo. Ahora las profesiones no se aprendían ejerciéndolas, sino que el sistema educativo calificaba y cualificaba para su desempeño. La inserción en el mercado laboral se hacía directamente a través de la meritocracia de los títulos académicos y la relación laboral se establecía con nuevas categorías de lo que se empezaron a denominar “contratos basura”. Nueva relación laboral que era también muy adecuada para la temporalidad y eventualidad de los trabajos propios del sector servicios, desarrollado ahora hasta límites antes insospechados, (y no olvidemos el paralelo desmantelamiento del sector industrial y agrario para trasladarlo a otras zonas geográficas del planeta). Estas nuevas relaciones laborales fueron así tanto para profesiones manuales tradicionales, como para las profesiones denominadas liberales, unificadas en su manera de insertarse en ellas con los nuevos empleos del sector servicios. Esta equiparación lo que provocó es la movilidad interna dentro del mercado laboral, ya que ahora ya no se tenía una profesión para toda la vida, ahora no se era algo toda la vida necesariamente, sino que se podía cambiar. Y si uno o una se mantenía estable dentro de una profesión, el resultado es que se perdía parte de la movilidad social ascendente porque eso quedaba estratificado, jerarquizado y marcado de origen con la meritocracia de los títulos y las categorías estancas de las nuevas relaciones laborales. Si antes la estratificación y jerarquización social era creada por el tipo de profesión, el tipo de ser al que uno u una se dedicaba (aunque dentro de cada profesión se podía ascender a las categorías superiores, un fontanero siempre era menos que un abogado), ahora la jerarquía social quedaba marcada no tanto por el tipo de profesión, que también, sino por la categoría meritocrática a la que habías podido acceder, equiparándose de alguna manera ciertos niveles de meritocracia para permitir la movilidad y el intercambio entre los niveles bajos y medios de las profesiones u ocupaciones. Solo mediante la equiparación y la movilidad intercambiable se podía conseguir un mercado laboral más dinámico, cambiante y flexible, es decir, más precarizable.
Y a esas necesidades de precarización del mercado laboral y de flexibilidad, responden también los nuevos usos de las becas de formación como contratación laboral encubierta de precarización del mercado laboral. En aquellos sectores en los que las categorías meritocráticas bajas o medias no se pueden establecer fácilmente a través de los títulos académicos, al Capital le sale mejor echar mano de la posibilidad de encubrir una relación laboral precaria y flexible con supuestas becas de formación. Esas becas no responden a ninguna necesidad de aprendizaje de un oficio o profesión, sino que vienen a evitar la contratación de profesionales de jerarquización meritocrática media o alta por profesionales a los que fácilmente se les niegan sus derechos laborales básicos, por el mero hecho de ni reconocerles la realidad de su relación laboral de contratación. En muchos sectores la inserción al mercado laboral se realiza por medio de contratos basura ya plenamente integrados en nuestra sociedad, pues hace ya algunas reformas laborales que no se discuten su existencia, sino solo que las condiciones de los mismos sean lo menos esclavistas posibles; en otros sectores la inserción en el mercado laboral se hace mediante el sistema de becas de formación. Tanto en un caso como en otro la mentira es manifiesta. No se trata de aprender en un primer momento para mejorar y progresar posteriormente, sino que se trata de estratificar y jerarquizar para quedarse petrificado y enclaustrado en el nivel social al que a cada uno y una le corresponde por méritos propios.
Hace ya un tiempo que, ante el chantaje y la opresión de un mercado laboral insuficiente para absorber ya no a toda sino a buena parte de la población activa (chantaje porque en un primer momento la imposibilidad de la absorción de la población activa estuvo política y económicamente dirigida y mediatizada), se ha ido aceptando socialmente la precarización cada vez más absoluta del mercado laboral. Es absolutamente necesaria una reflexión profunda que nos lleve a oponernos y luchar contra todos los mecanismos de precarización de nuestras vidas. Mecanismos que ya no solo están insertos en las relaciones laborales, sino que se extienden y se ramifican en la explotación a la que estamos sometidos en las formas de ocio alienante a las que nos vemos abocados. Es absolutamente necesario que se produzca una toma de conciencia colectiva consciente que nos lleve tanto a la lucha por unas mejores condiciones de vida inmediatas, como a no olvidar la realidad de que todo trabajo asalariado, sea con las condiciones que sean, no es más que explotación y miseria… y que un nuevo mundo y una nueva sociedad organizados en parámetros totalmente distintos nos son necesarios más que nunca. Nos va la misma vida en ello.